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José María Callejas Berdonés

Miguel de Cervantes en el Monasterio de Guadalupe. Crónica de un viaje soñado.

Hace tiempo que soñaba con viajar al Monasterio de Guadalupe, mucho antes de saber que Miguel de Cervantes peregrinó a este santuario en el corazón de Extremadura. Tengo un recuerdo imborrable de mi infancia de la canción "La Virgen de Guadalupe" que cantábamos en familia, así como de los fuegos de campamento de los scouts, por ser Patrona de este movimiento. Hoy, 12 de diciembre se celebra la fiesta de la Virgen de Guadalupe, la cual se le apareció en 1531 al joven azteca Juan Diego en el cerro de Tepeyac en México (vean su historia en: https://virgendeguadalupe.org.mx/san-juan-diego/). Desde entonces, germinó en toda la América hispana una gran devoción. Devoción que llevaron consigo los exploradores extremeños que evangelizaron América, empezando por México. Ya en 1528, don Fernando Cortés, Marqués del Valle de Huaxaca en Indias de la Nueva España, vino a traer ofrendas al Monasterio de Nuestra Señora de Guadalupe. A finales de noviembre, llegué con parte de mi familia a una bella casa rural en el centro de Guadalupe: El patio del Nogal. Nos recibió amablemente Cristina, bisnieta del pintor Manuel Cruz Fernández (1892-1967), que retrató el costumbrismo de estas acogedoras gentes y sus maravillosos paisajes, y nos puso al día de la historia de su familia, de las fiestas populares de Guadalupe (8 de septiembre y 12 de octubre) y de la importancia en la historia de España del Real Monasterio de Guadalupe (https://monasterioguadalupe.com/), nombre árabe que significa "río escondido". Asimismo me dio pistas del paso de Miguel de Cervantes, quien dio gracias en persona a Santa María de Guadalupe tras ser liberado de su cautiverio de Argel en 1580. De la estancia de Cervantes en el Monasterio tenía constancia por su libro póstumo el Persiles, la novela ejemplar La Ilustre fregona, alguna alusión en Don Quijote de la Mancha y, por la espléndida obra, Por el gusto de leer a Cervantes, de la cervantista Aurora Egido que describe con magistral narrativa los paisajes del alma de Cervantes en tierras de Extremadura.

Todo ello enriquecido con la lección de historia que nos dio Fray Javier al visitar la imagen de la Virgen de Guadalupe (la Morenita) mediante la colección de azulejos esmaltados que representan los hitos de su historia, y la recomendación de la obra, Guadalupe: Siete siglos de Fe y de Cultura, Coordinador Santiago García Rodríguez O.F.M., Ediciones Guadalupe, 1993; en la que se incluyen todos los ámbitos de influencia del Monasterio de Guadalupe: historia, arquitectura, economía, medicina, artes plásticas, música, pintura (Zurbarán, El Greco, Murillo, Goya, Juan de Flandes, Luca Giordano), orfebrería, archivos, literatura española o la época de los descubrimientos; todo ello escrito por especialistas. También nos recomendó, Cien personajes en Guadalupe, de Arturo Álvarez Álvarez, en el que se detallan, entre otros escritores, Santa Teresa de Jesús en 1548, Miguel de Cervantes en 1580, Lope de Vega en 1583, Luis de Góngora y Argote en 1619, y por último, Miguel de Unamuno en 1907, dos años después de publicar Vida de Don Quijote y Sancho, como relatará posteriormente en su obra Por tierras de Portugal y España, publicada en 1911. También menciona a San Juan de Dios que salió de Guadalupe en 1540 para fundar en Granada la orden de los Hermanos Hospitalarios de San Juan de Dios, la gran obra caritativa para los pobres, dada la cantidad de hospitales que hubo en Guadalupe -como el de San Juan Bautista-, y su gran escuela de medicina. Escuela en la que se hicieron las primeras autopsias en España, autorizadas por la Inquisición, excepcionalmente, en Guadalupe. Sin olvidar la larga lista de Reyes de España y otras autoridades. En la entrada hay un busto de la Reina Isabel la Católica y un bello azulejo esmaltado con los versos que le dedicó a la Virgen de Guadalupe, proclamada Patrona de Extremadura en 1907 y Reina de las Españas o de la Hispanidad en 1928.



La imagen de la Virgen de Guadalupe es del siglo XII, una talla de madera oscura de cedro del Líbano -utilizada por tradición bíblica desde el Templo de Salomón en la ciudad de Jerusalén-, donde la Virgen está sentada y tiene en brazos al Niño Jesús, detalle que no se ve por el bellísimo manto que los cubre. La Virgen de Guadalupe está en el altar mayor de cara al público, sólo se gira 180 grados cuando los visitantes acceden por la parte posterior en la visita guiada al Santuario. La parte posterior de la imagen tiene una bella colección de azulejos esmaltados con los principales personajes que la veneraron a lo largo del tiempo. En el monumental "Claustro de los Milagros" del Monasterio vemos una galería de treinta cuadros pintados por Fray Juan de Santa María de la Orden de los Jerónimos. La tradición sobre el origen de la imagen se la atribuye al evangelista San Lucas (I, a.C.), se traslada posteriormente a Constantinopla, y llega a Roma en el siglo VI, donde el Papa Gregorio Magno la tuvo en su oratorio y se la envió a San Leandro, arzobispo de Sevilla. Allí fue venerada hasta la invasión árabe en el 711. En el 714, unos clérigos la escondieron en los márgenes del río Guadalupe, en el valle de las Villuercas, durante el reinado de Alfonso XI. En aquel entonces un vaquero llamado Gil Cordero, vecino de Cáceres, buscando una vaca que le faltaba y hallándola muerta, le hizo la señal de la cruz para aprovechar la piel. La vaca se levantó viva; la Virgen se le apareció y le dijo que avisara a los clérigos para que cavaran entre unas piedras y allí mismo encontrarían la imagen (sigo el libro citado Guadalupe: Siete siglos de Fe y Cultura). Los bellísimos mantos de la Virgen han cambiado a lo largo de la historia como bien se ilustra en la obra.


Un año clave fue el 1340, cuando el rey Alfonso XI, tras encomendarse a la Virgen de Guadalupe, venció en la batalla del Salado con ayuda del rey de Portugal, su suegro y el rey de Aragón, a los reyes de Belamarín, de Marruecos, Túnez y Granada que sitiaban Tarifa. Así cerraron el Estrecho para evitar nuevas entradas de musulmanes africanos en la Península. La Orden de Ermitaños de San Jerónimo en 1389 se hizo cargo del Monasterio por bula de Gregorio XI. Los Reyes Católicos la visitaron muchas veces, la última en 1495. También en 1496, Cristóbal Colón bautizó a sus dos criados indios, Cristóbal y Pedro, en la pila bautismal de la entrada principal al Monasterio (una joya del gótico-mudéjar), como muestra el monumental cuadro debajo del coro al fondo de la basílica. Los cuadros de Zurbarán se salvaron del expolio de las tropas napolónicas gracias a la ignorancia de los franceses que no dieron valor a la pintura del gran pintor extremeño, quien nace en Fuente de Cantos (Badajoz) en 1598, y muere en Madrid en 1664. Especialmente me encantó el cuadro de Zurbarán de Fray Gonzalo de Illescas (un plimer plano).


En la obra, Cien personajes en Guadalupe, de Arturo Álvarez Álvarez, aparece el inmortal "Manco de Lepanto", Miguel de Cervantes, del que dijo Balbuena Prat: <Guadalupe fue devoción notoria de Cervantes. Bien lo demostró -prosigue A. Álvarez- en la Comedia de la Soberana Virgen de Guadalupe y sus milagros y grandezas en España, editada en Sevilla por primera vez en 1605, y que parece que fue escrita en el cautiverio de Argel para ser representada en los baños, de donde pudo ser traída a la capital hispalense por su compañero de cautiverio Jerónimo Ramírez. Presentada en 1594 a un certamen del ayuntamiento de Sevilla, no obtuvo premio, y tal vez por eso, Cervantes no quiso avalarla con su nombre y la condenó al anonimato, aunque todos los entendidos se la atribuyen a él>. He consultado el Teatro completo de Cervantes de Francisco Sevilla y no aparece. Lo que sí encontré es un enlace sobre la comedia del profesor, Fructuoso Atencia Requena (UCM), en Hipogrifo, Revista de Literatura del Siglo de Oro, ver en: https://www.redalyc.org/journal/5175/517563676023/html/. Y otro del gran cervantista José Montero Reguera: https://cvc.cervantes.es/literatura/cervantistas/congresos/cg_III/cg_III_58.pdf. El teatro de Cervantes se inció en esa década de 1580, aunque no triunfó como el de Lope. En este año, el Príncipe de los Ingenios avistó por primera vez el Real Monasterio de Guadalupe, desde el humilladero del Prior Fray Fernando Yáñez de Figueroa, donde también se divisa el valle de las Villuercas, lugar que nos recordó Cristina, la acogedora extremeña, que pararamos de vuelta a Madrid.


En Don Quijote de la Mancha, Cervantes recuerda su cautiverio de Argel en Historia de un cautivo (I,XL): <Pusiéronme una cadena, más por señal de rescate que por guardarme con ella, y así pasaba la vida en aquel baño, con otros muchos caballeros y gente principal, señalados y tenidos por de rescate. Y aunque la hambre y desnudez pudiera fatigarnos a veces, y aun casi siempre, ninguna cosa nos fatigaba tanto como oír y ver a cada paso las jamás vistas ni oídas crueldades que mi amo usaba con los cristianos. Cada día ahorcaba el suyo, empalaba a este, desorejaba aquel, y esto, por tan poca ocasión, y tan sin ella, que los turcos conocían que lo hacía no más de por hacerlo y por ser natural condición suya ser homicida de todo el género humano. Solo libró bien con él un soldado español llamado tal de Saavedra, el cual, con haber hecho cosas que quedarán en la memoria de aquellas gentes por muchos años, y todas por alcanzar libertad, jamás le dio palo, ni se lo mandó dar, ni le dijo mala palabra; y por la menor cosa de muchas que hizo temíamos todos que había de ser empalado, y así lo temió él más de una vez; y si no fuera porque el tiempo no da lugar, yo dijera ahora algo de lo que este soldado hizo, que fuera parte para entreteneros y admiraros harto mejor que con el cuento de mi historia>. Pues bien, esa cadena -y los grilletes- se depositó en Guadalupe, así como tantas otras del resto de cautivos. Éstas se fundían para hacer las rejas de hierro de la basilica. Cervantes era uno más de los miles de peregrinos que acudían a Guadalupe. En la sacristía del Monasterio está el <"Fanal de Lepanto (farol grande del buque insignia de una flota, se observa que está agujereado por una bala). Trofeo de la victoria que Juan de Austria recibió en 1571 y que su hermano Felipe II envió a Guadalupe en 1577">. Cervantes fue herido en su mano izquierda en la batalla de Lepanto, y en el prólogo de la Segunda parte del Quijote escribe: <Lo que no he podido dejar de sentir es que me note de viejo y de manco -se queja del falso Quijote de Avellaneda-, como si hubiera sido en mi mano haber detenido el tiempo, que no pasase por mí, o si mi manquedad hubiera nacido en alguna taberna, sino en la más alta ocasión que vieron los siglos pasados, los presentes, ni esperan ver los venideros>. Cervantes vería el farol de Lepanto como luz de su peregrinar en su vida y en su obra.



Otra obra de Cervantes que alude a Guadalupe es la novela ejemplar de 1613, La ilustre fregona: <Yo y mi mujer preguntamos a los criados quién era la tal señora y cómo se llamaba, de adónde venía y adónde iba; si era casada, viuda o doncella, y por qué causa se vestía aquel hábito de peregrina. A todas estas preguntas, que le hicimos una y muchas veces, no hubo alguno que nos respondiese otra cosa sino que aquella peregrina era una señora principal y rica de Castilla la Vieja, y que era viuda y que no tenía hijos que la heredasen; y que, porque había algunos meses que estaba enferma de hidropesía (retención de líquido en alguna zona del cuerpo), había ofrecido de ir a Nuestra Señora de Guadalupe en romería, por la cual promesa iba en aquel hábito. En cuanto a decir su nombre, traían orden de no llamarla sino la señora peregrina.

»Esto supimos por entonces; pero a cabo de tres días que, por enferma, la señora peregrina se estaba en casa, una de las dueñas nos llamó a mí y a mi mujer de su parte; fuimos a ver lo que quería, y, a puerta cerrada y delante de sus criadas, casi con lágrimas en los ojos, nos dijo, creo que estas mismas razones: ''Señores míos, los cielos me son testigos que sin culpa mía me hallo en el riguroso trance que ahora os diré. Yo estoy preñada, y tan cerca del parto, que ya los dolores me van apretando. Ninguno de los criados que vienen conmigo saben mi necesidad ni desgracia; a estas mis mujeres ni he podido ni he querido encubrírselo. Por huir de los maliciosos ojos de mi tierra, y porque esta hora no me tomase en ella, hice voto de ir a Nuestra Señora de Guadalupe; ella debe de haber sido servida que en esta vuestra casa me tome el parto; a vosotros está ahora el remediarme y acudirme, con el secreto que merece la que su honra pone en vuestras manos. La paga de la merced que me hiciéredes, que así quiero llamarla, si no respondiere al gran beneficio que espero, responderá, a lo menos, a dar muestra de una voluntad muy agradecida; y quiero que comiencen a dar muestras de mi voluntad estos ducientos escudos de oro que van en este bolsillo''. Y, sacando debajo de la almohada de la cama un bolsillo de aguja, de oro y verde, se le puso en las manos de mi mujer; la cual, como simple y sin mirar lo que hacía, porque estaba suspensa y colgada de la peregrina, tomó el bolsillo, sin responderle palabra de agradecimiento ni de comedimiento alguno. Yo me acuerdo que le dije que no era menester nada de aquello: que no éramos personas que por interés, más que por caridad, nos movíamos a hacer bien cuando se ofrecía. Ella prosiguió, diciendo: ''Es menester, amigos, que busquéis donde llevar lo que pariere luego luego, buscando también mentiras que decir a quien lo entregáredes; que por ahora será en la ciudad, y después quiero que se lleve a una aldea. De lo que después se hubiere de hacer, siendo Dios servido de alumbrarme y de llevarme a cumplir mi voto, cuando de Guadalupe vuelva lo sabréis, porque el tiempo me habrá dado lugar de que piense y escoja lo mejor que me convenga. Partera no la he menester, ni la quiero: que otros partos más honrados que he tenido me aseguran que, con sola la ayuda destas mis criadas, facilitaré sus dificultades y ahorraré de un testigo más de mis sucesos''. La elocuencia del pasaje trasluce la devoción de Miguel de Cervantes.



La imagen del cuadro de El Greco, El médico, es representativa de los primeros pasos de la medicina como ciencia en el Renacimiento. También Aurora Egido, en su obra Por el gusto de leer a Cervantes, hace hincapié en los sonetos que Lope de Vega y Cervantes escribieron al médico Francisco Díaz, inventor de la uretrotomía interna, y realza la relación entre medicina y literatura, una riqueza para los Studia Humanitatis. Prosigue Aurora Egido con la devoción mariana de Cervantes en el Persiles (en 1615 se proclama la Inmacula Concepción), y escribe: <Resulta curiosa, por otra parte, la elección de Cervantes, al llevar a sus peregrinos sl lugar de Guadalupe y no al templo de Santiago de Compostela, más cercano y lógico en su navegar hacie el sur desde tierras septentrionales... Con ello el autor ampliaba además la topografía de la obra, dándole un carácter universal, que remitía a la proyección americana de Extremadura, aparte de las reminiscencias ya aludidas a la propia historia de España y a la Reconquista>. En honor a la verdad yo recordaba una sola referencia de Cervantes al Monasterio de Guadalupe en su obra póstuma: Los trabajos de Persiles y Sigismunda. Ver tres entradas de blog con motivo en 2017 del IV centenario de la obra. En el prólogo de la edición (Biblioteca Clásica Castalia), J. B. Avalle-Arce escribe: <El peregrino es el tipo literario de la Reforma Católica, y es el tipo apropiado para recorrer eslabones en la cadena del ser, al mismo tiempo que los diversos ámbitos geográficos. El tipo del peregrino es el símbolo de la vida humana y, a la vez, su peregrinación es una de amor... La religión y la muerte son otros dos temas centrales del Persiles. Precisamente por todo esto podemos decir que el Persiles empieza en el punto preciso en que acaba el Quijote, característica que debe de haber desempeñado papel muy importante en la hipervaloración que Cervantes hizo de su última novela>. No en vano, Cervantes en los preliminares dice al Conde Lemos: <Puesto el pie en el estribo,//Con las ansias de la muerte,//Gran señor, ésta te escribo>. Y prosigue: <A continuación me dieron la Extremaunción y hoy escribo ésta (sigue el texto -sin la errata del título de esta obra-, el epitafio de la tumba de Cervantes en el Convento de Las Trinitarias en Madrid). El tiempo es breve, las ansias crecen, las esperanzas menguan, y con todo esto, llevo la vida sobre el deseo que tengo de vivir>.


Así escribe Cervantes en el Persiles (III,V): <A penas huuieron puesto los pies los deuotos peregrinos en vna de las dos entradas que guian al valle, que forman y cierran las altissimas sierras de Guadalupe, quando, con cada paso que dauan, nacian en sus coraçones nueuas ocasiones de admirarse; pero alli llegò la admiracion a su punto quando vieron el grande y suntuoso monasterio, cuyas murallas encierran la santissima imagen de la emperadora de los cielos; la santissima imagen, otra vez, que es libertad de los cautiuos, lima de sus hierros y aliuio de sus passiones; la santissima imagen que es salud de las enfermedades, consuelo de los afligidos, madre de los huerfanos y reparo de las desgracias. Entraron en su templo, y, donde pensaron hallar por sus paredes, pendientes por adorno, las purpuras de Tiro, los damascos de Siria, los brocados de Milan, hallaron en lugar suyo muletas que dexaron los coxos, ojos de cera que dexaron los ciegos, braços que colgaron los mancos, mortajas de que se desnudaron los muertos, todos despues de auer caydo en el suelo de las miserias, ya viuos, ya sanos, ya libres y ya contentos, merced a la larga misericordia de la madre de las misericordias, que en aquel pequeño lugar haze campear a su benditissimo hijo con el esquadron de sus infinitas misericordias.

De tal manera hizo aprehension estos milagrosos adornos en los coraçones de los deuotos peregrinos, que voluieron los ojos a todas las partes del templo, y les parecia ver venir por el ayre volando los cautiuos, embueltos en sus cadenas, a colgarlas de las santas murallas, y a los enfermos arrastrar las muletas, y a los muertos mortajas, buscando lugar donde ponerlas, porque ya en el sacro templo no cabian: tan grande es la suma que las paredes ocupan.

Esta nouedad, no vista hasta entonces de Periandro ni de Auristela, ni menos de Ricla, de Constança ni de Antonio, los tenia como assombrados, y no se hartauan de mirar lo que veian, ni de admirar lo que imaginauan; y assi, con deuotas y christianas muestras, hincados de rodillas, se pusieron a adorar a Dios sacramentado, y a suplicar a su santissima madre que, en credito y honra de aquella imagen, fuesse seruida de mirar por ellos>. Todo un testimonio de su fe cristiana.



También pueden consultar el que quiera profundizar un enlace del Instituto Cervantes sobre los viajes de Cervantes a Portugal y Extramadura: https://www.cervantesvirtual.com/obra/los-viajes-de-miguel-de-cervantes-a-portugal-1581-1582-y-las-alusiones-a-guadalupe-y-a-talavera-de-la-reina-en-su-novela-postuma-los-trabajos-de-persiles-y-sigismunda-1214741/. Así mismo, he visto programas de Canal Extramadura. Pronto Cristina me envió un mensaje con entusiasmo (que dicho sea de paso me recordó a los excelentes alumnos de procedencia extremeña que tuve en el INB Leganés III de Madrid), y que recibí con agradecimiento, con los versos de el Persiles que pidió Auristela a Feliciana cuando cantó delante de la santísima imagen, una estrofa (III,V) inscrita en la puerta de cristal del acceso al patio del Colegio de Infantes del Parador Nacional de Guadalupe: <Adornan este alcázar soberano // profundos pozos, perenales fuentes,// huertos cerrados, cuyo fruto sano// es bendición y gloria de las gentes;// están a la siniestra y diestra mano// cipreses altos, palmas eminentes,// altos cedros, clarísimos espejos// que da lumbre de gracia de cerca y lejos>.

Dadas las guerras que asolan la humanidad en estos días y que están en la mente de los lectores, me permito la libertad de invocar a Nuestra Señora de Guadalupe su mediación para que vuelva la paz con estos versos del mismo poema de Miguel de Cervantes en el Persiles:

<La justicia y la paz hoy se han juntado

en vos, Virgen santísima, y con gusto

el dulce beso de la paz se han dado,

arra y señal del venidero Agosto.

Del claro amanecer, del sol sacrado

sois la primera aurora; sois del justo

gloria, del pecador, firme esperanza;

de la borrasca antigua, la bonanza>.



José María Callejas Berdonés. Profesor Emérito de Filosofía de Instituto.


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