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José María Callejas Berdonés. WWW.QUIJOTEDUCA.ORG

Meditación ejemplar de Antonio Buero Vallejo sobre Miguel de Unamuno.

El 29 de octubre de 1964, hoy hace 55 años, el dramaturgo Antonio Buero Vallejo dedicó unas palabras a Don Miguel de Unamuno (para mí una meditación ejemplar sobre España) en el Club de Amigos de la Unesco en Madrid, en un homenaje a Unamuno.

<Queridos amigos: Es difícil hablar de la inmensa figura que hoy agasajamos. Hablar de ella para decir algo medianamente consistente en el plazo de unos diez minutos, es mucho más difícil todavía. No pretendáis, por lo tanto, encontrar en mis palabras nada más que pueda realmente llamaros la atención; lo más probable es que yo venga aquí a deciros cosas que, o bien ya han sido dichas, o bien vosotros ya habéis pensado. Pero yo no debía, ni quería, negarme a aportar mi modestísimo homenaje a un hombre que considero como uno de los más grandes maestros que he tenido. Supongo que, en general, todos vosotros, una gran parte por lo menos, consideráis igualmente que él ha sido uno de vuestros grandes maestros, aunque no le hayáis llegado a conocer personalmente, como me ha ocurrido a mí, que tampoco le he llegado a conocer personalmente. En definitiva, no lo sé; pero lo que sí sé es que para mí fue, y sigue siendo, uno de los más grandes maestros españoles.

Retrato de Maurice Fromkes de Miguel de Unamuno y Jugo (Bilbao, 1864-Salamanca, 1936). Filósofo, escritor e historiador. Al fondo, en el ángulo superior derecho, aparece la efigie de Fray Luis de León realizada a partir de la estampa grabada en 1788. Museo del Prado.

Hacía notar Elena Soriano, esgrimiendo un diario de la tarde, cómo por fin, en uno de los periódicos del país se publicaba una afortunada réplica a insidias que tratan de empequeñecer la figura que estamos recordando. Porque, en efecto: la relación entre Unamuno y el homenaje mundial, pero, de manera muy particular, español, que en estos se le dedica, es una paradoja viviente.

No sé si le habría gustado o le habría disgustado a él, tan amigo de las paradojas, pero, efectivamente, la paradoja del Unamuno agasajado en nuestros días es como se ha dicho: que siendo un hombre objetado, y muy seriamente, desde los más dispares ángulos ideológicos, en todo su obra -de tal manera que, si para unos es un eminente poeta pero en lo demás no acertó, para otros es un gran novelista pero un poeta mediocre... y así sucesivamente, incluyendo al pensador, también, en estos regateos-, como consecuencia de todo ello resulta, no obstante, que es uno de los más grandes escritores españoles. Pues bien: en esta inconsecuencia, en esta falta de lógica, se esconde algo que debemos desmontar. Lo que se está insinuando con todas estas objeciones es que, si bien Unamuno es una figura muy grande, no es una figura vigente. Y esto es lo que yo quisiera debatir. Pues creo que Unamuno, no sólo es uno de los mayores maestros que hemos tenido en España, sino uno de los más vigentes; y lo creo en contra de todos los que, desde los más diversos ángulos ideológicos, opinan que ya no lo es. Resumiendo mucho, porque no quiero abrumaros y el tiempo que cada uno de nosotros tiene destinado es muy corto, ¿por qué es, en mi opinión, plenamente vigente la obra de Don Miguel de Unamuno?


Lo es, naturalmente, por toda una serie de extraordinarios valores literarios, pero eso no se discute, esto, de mala o de buena gana, según los casos, se le viene reconociendo. Es vigente también por otras razones más profundas, más verdaderas, más españolas.


Unamuno fue, y todos los saben, un poco el Don Quijote de nuestro tiempo, el Don Quijote literario de nuestro tiempo. Y nos es muy conveniente a nosotros, españoles, recordar de vez en cuando que el gran libro del cual dependemos todos se llama Don Quijote de la Mancha. Esto lo recordó durante toda su vida Unamuno, que se volvió un Don Quijote y un quijotizador de la vida y de la literatura. Por eso fue también un gran trágico, y por eso es en el teatro, campo propio de la tragedia, uno de los más grandes trágicos que hemos tenido. El español entiende lo trágico de una manera quijotesca porque suele ser -ha solido ser desde hace siglos, por desgracia- un hombre exasperado frente a la sociedad enquistada que le cercaba, le frenaba e intentaba anularle. Este tremendo problema de una sociedad menor de edad, de una sociedad deficientemente desarrollada, tanto material como espiritualmente, es el gran problema que han visto, que han sentido nuestros mayores ingenios desde el Siglo de Oro, y es el gran problema que Unamuno sintió también, como quien dice, ayer mismo, es decir, rigurosamente en nuestro tiempo.


Pero las fuerzas que esta sociedad inerte, negativa, opone al intento de estos ingenios para abrirla a nuevos aires y nuevos vientos son tan enormes, que casi siempre vencen; y por eso estos grandes ingenios se quijotizan, asumen una especie de locura lúcida, derivan hacia la acción aparentemente estéril -pero aparentemente tan sólo- que entraña la actitud quijotesca. La locura de Don Quijote es también la locura de Larra, es también la locura de Don Miguel de Unamuno. Locura que parece estéril ante una sociedad que parece imposible de cambiar. Pero no es estéril. El quijotismo es una gran fuerza porque el quijotismo es la ética, la insobornabilidad.


Y es la imprudencia. Se dice que la imprudencia no sirve para nada. Se dice que hay que ser prácticos y que, incluso para conseguir objetivos nobles y positivos, hay también que ser prudentes y saber administrar nuestras propias reacciones. Por esto no es más una verdad a medias y tiene una parte de mentira. Como el propio Don Miguel dijo en el prólogo a su Vida de Don Quijote y Sancho, hay que decirle al mentiroso, que miente; al ladrón, que roba; al tonto, que es un estúpido. Porque cuando se dice con el corazón, y se dice porque es cierto, el mundo entero se estremece, algo cambia en su entraña y algo fundamental se consolida. ¿El qué? La dignidad humana.

Miguel de Unamuno. Vida de Don Quijote y Sancho. Alianza Editorial. Madrid. 1987. Prólogo de Ricardo Gullón.

Es muy importante en esta época, quizá demasiado masificada, comprender que la responsabilidad personal, intransferible, individualísima de cada cual, es también un gran valor a tener constantemente en cuenta; y que por eso la verdadera hombría a veces no calla, que por eso la verdadera hombría es a veces imprudente. Unamuno, verdadero hombre, fue verdaderamente imprudente, porque era auténtico y sincero.


Pues bien: en esas su autenticidad y sinceridad, el autor teatral, trágico, que fue Unamuno, resulta asimismo ejemplar, y de tal modo que, dejando a un lado las críticas que sin duda pueden hacerse, y se han hecho, a determinados defectos de su teatro,yo me atrevería a preguntar, a favor de la hipótesis de su vigencia, sino podríamos entrever en Don Miguel el autor dramático del mañana, así como vemos hoy en Valle-Inclán el autor -tardíamente- dramático del presente.


Para muchos amigos nuestros es evidente la actual vigencia teatral de Valle-Inclán, el otro excepcional escritor de la gran generación del 98: pero la de Unamuno les resulta oscura, y hasta posiblemente sea para ellos una no-vigencia. Don Miguel sería tan sólo un autor defectuoso que, si bien apunta a grandes cosas, no llega a lograrlas y que, por lo que a nuestro tiempo respecta, no es operante. En mi opinión, ahí se esconde asimismo otra falacia; y sospecho que quizás el secreto del futuro reside, por lo que al teatro español se refiere, en la unión armónica, integradora, de las verdades que revela el teatro de Valle-Inclán con las verdades que nos reveló el de Unamuno. Porque Valle-Inclán fue y es el formidable debelador de lo que el hombre tiene de desdichada marioneta fantasmal, esperpéntica, sometida a unos hilos que la zarandean y deshumanizan.


Pero Unamuno -y en nuestra edad masificada hay que recordarlo siempre- es quien nos revela, a través del teatro, la vuelta al hombre concreto, a la singularidad y al dolor del hombre concreto. Claro es que se podrá decir: ¿Cómo es posible si no lograba personajes dramáticos? ¿Si él mismo llegó casi a reconocer que no conseguía crear tipos diversificados? Pero es que, cuando se llega al hondón (como hubiese dicho don Miguel) del alma de un personaje, con lo que nos encontramos es con eso que él señaló con insistencia tan obsesiva: con que esa persona ya no es persona, ya no sabe quién es. Pues bien: si Valle-Inclán es el autor del presente, al menos en el criterio de los aficionados al teatro más exigentes, yo diría que Unamuno -como armónico complemento de Valle- es el autor del futuro.


Lo es, o lo será porque en él tendremos -pero siempre lo hemos tenido- el ejemplo de la vuelta al hombre concreto. Como cualquier otra manifestación artística o literaria, el teatro nunca termina de vivificarse, de justificarse, más que cuando vuelve al hombre concreto. En la literatura, los problemas de carácter colectivo son importantísimos. Pero si no nos conducen al dolor singular e irrepetible de Fulano de Tal, no nos sirven para nada. Esa vuelta al hombre, que en Unamuno no fue una vuelta, sino una idea constante, es la inmarcesible (inmarchitable) lección de su teatro y del resto de su literatura.

El otro. El hermano Juan. Miguel de Unamuno. Teatro. Colección austral. Madrid. 1975.

Él dijo -y yo creo que con ello expresamos ya la última palabra de lo que podrá ser su vigencia actual y futura-, él dijo que hay que repensar los lugares comunes. A mi modo, yo lo traduciría diciendo que lo que representa Unamuno es la valentía denodada, sincerísima, de vivificar todas las preguntas, de replantearlas constantemente, de volverlas a preguntar. ¿Y puede haber condición más grande de progreso? Cuando, en sus ensayos filosóficos o en otras partes de su obra -como, por ejemplo, en el final de esa gran tragedia que es El otro-, Unamuno dice cosas como aquella de que <los dos mayores misterios del hombre son la locura y la muerte>, es frecuente que, al oírlo cualquiera de nosotros,propenda a pensar que se trata de una vaguedad metafísica; que, al fin y al cabo, la locura es algo que la medicina terminará algún día por resolver y que la muerte es un fenómeno natural detrás del cual esta quizá, quizá, en un futuro lejano, la posibilidad de eliminarla. Bien, no voy a discutir eso. Pero creo evidente -a condición de pensarlo un poco- que en ese futuro lejano, cuando locura y muerte estén más dominadas por el hombre de lo que están hoy, la pregunta de Unamuno, la zozobra de Unamuno, la cuestión de Unamuno volverá a habitar, sin embargo, en el corazón de los hombres sensibles. Y los hombres sensibles de ese tiempo volverán a vivificar la pregunta, a replantearla y a decir: realmente, esto sigue siendo misterioso. ¡Y ay de ellos si no lo pensaran así! Porque, si lo pensaran, dejarían de progresar y el avance humano se detendría. Y por eso el hombre que nos dice tales cosas es un escritor proyectado hacia el futuro, no precisamente un escritor reaccionario. Como Don Miguel de Unamuno, que es nuestro gran maestro>.


El texto, un resumen de su intervención, está publicado en las Obras Completas. Tomo II. Poesía narrativa, ensayos y artículos, págs 961-66. Espasa-Calpe. Madrid. 1994. Edición crítica de Luis Iglesias Feijoo y Mariano de Paco. Se publicó en Primer Acto, nº 58, en noviembre de 1964. Muestro una foto de la exposición de obras de Antonio Buero Vallejo en la Universidad Complutense en 2016. Una de las mejores obras que se han escrito sobre Miguel de Unamuno, <Las máscaras de lo trágico>, del Catedrático de Filosofía de la Universidad de Granada, Pedro Cerezo Galán. Y una excelente obra didáctica; <Unamuno, filósofo de encrucijada>, de mi entrañable amigo (ya fallecido) Manuel Padilla Novoa (su abuelo se escribía cartas con Unamuno), Catedrático de Filosofía de Enseñanza Media.


En recuerdo y homenaje a todos ellos, como decía Unamuno, pues seguimos creyendo que, por encima de las circunstancias, la obra de Don Miguel de Unamuno, uno de mis maestros de la vida, sigue vigente. <Y el Don Quijote no puede decirse que fuera en rigor idealismo: no peleaba por ideas (escribe Unamuno en su obra, Del sentimiento trágico de la vida). Era espiritualismo: peleaba por espíritu>. Que no perdemos nunca el espíritu de Unamuno.









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