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José María Callejas Berdonés.

<Don Segundo Sombra>. Ricardo Güiraldes. Ediciones Cátedra. Edición de Sara Parkinson de Saz.

Gracias a la lectura del Quijote en Twitter, de nuevo, tengo que decir a Patricia S. Resines que, como lo prometido es deuda, le estoy muy agradecido por su acertada recomendación del libro: Don Segundo Sombra de Ricardo Güiraldes. Esta obra leída durante la lectura colectiva (a iniciativa del escritor argentino Pablo Maurette #Cervantes2018) ha sido para mí fundamental para conocer la cultura de la Pampa argentina y al gaucho que la habita. He revivido mi paso por las tierras de la Argentina de la que guardo un grato recuerdo de mi viaje en 1998. En el tren desde Buenos Aires a Mar del Plata atravesé la Pampa, cuyas llanuras, aunque anegadas por las inundaciones en aquellos días, no impidieron que mi imaginación volase a las de la Mancha, y por ende, a Don Quijote, pasando por mi mente, fugazmente, un imaginario Don Quijote de la Pampa. Se me ocurrió preguntar si había algún personaje similar a Don Quijote de la Mancha, y este libro fue la respuesta.


En la lúcida introducción de Sara Parkinson está muy bien documentada la biografía y la obra literaria de Ricardo Güiraldes. El padre del escritor Manuel Güiraldes era un hombre culto y educado e interesado por el arte, el mismo Sarmiento, autor de Facundo, escribió una oración fúnebre a su muerte. Ricardo Güiraldes nació en Buenos Aires en 1886 y murió en París en 1927; estuvo con su familia en Europa y aprendió alemán y francés. Su estancia en <La Porteña> en San Antonio de Areco le puso en contacto con la vida campestre. Escribió <Raucho> en 1917 (cuyo borrador inició en el hotel Alhambra de Granada). Para Sara Parkinson: <Raucho fue una autobiografía de un yo disminuido. Iba a llamarse algo así como Los impulsos de Ricardito, pretendiendo yo entonces que poseemos en nosotros un personaje a nuestra imagen, pero disminuido, que nos hace cometer todas nuestras tonterías. Después el libro evolucionó naturalmente hacia un personaje autónomo>.(...)<Raucho...después de sus andanzas por París vuelve definitivamente a la pampa: "Raucho, inefablemente quieto, se duerme de espaldas, con los brazos abiertos, crucificado de calma sobre su tierra de siempre">. (El texto en negrita es de su epitafio).


A partir de 1921, Ricardo Güiraldes recorrió el norte de su país, abandonó la idea de volver a Europa y se dio cuenta de que tenía que expresar en su obra literaria temas argentinos: <Existía en su país, y concretamente en la vida y el lenguaje del gaucho una riqueza que todavía no había sido explotada literariamente (creo que Cervantes hizo lo mismo, no sólo con La Mancha, sino con la España de su tiempo). En Salta, conoce a Juan Carlos Dávalos, Güiraldes recoge material para Don Segundo Sombra>, en su obra literaria, a partir de 1922: <Se interesó cada vez más por la teosofía, la filosofía oriental, buscando la paz de espíritu que parece habérsele evadido... Lo que en principio había sido motivo de satisfacción personal o búsqueda de la belleza se convirtió en el camino para llegar a Dios>. En 1924 fundó la revista Proa junto con Brandán Caraffa, José Luis Borges y Pablo Rojas Paz. En la muerte de R. Güiraldes, Sara Parkinson alude a unas palabras de Leopoldo Lugones en La Nación en el que habla de la trinidad literaria argentina: Facundo, Martín Fierro y Don Segundo Sombra.


Entre los extranjeros que han conocido a los gauchos está Charles Darwin que habla bien de ellos, aunque les tilda de algo sanguinarios en los duelos. En el siglo XIX cambia su imagen, Sara Parkinson cita a José R. Liberal Villar que habla de la libertad del gaucho para cabalgar a sus anchas: <Esa vida individualista no lo afincó a ninguna parte y menos a formar comunidades civiles o políticas. Celoso de su libertad, como el indio, no concebía la existencia de otro modo. El desamparo del desierto lo tenía seguro de sí mismo y sobrio de palabras y necesidades. El caballo afirma su individualismo>. En esto, sin duda, igual que Don Quijote, sin olvidar otro rasgo también del caballeros el ser: "celoso de su libertad". Güiraldes se quejaba de la falsa representación del gaucho: <¡Pero es que esta pobre gente de la Capital Federal está tan mal informada intencionadamente, sobre su hombre de campo!>. Y también critica al teatro porteño de falsas representaciones del gaucho. En los escritos precedente de Don Segundo Sombra habla de las <principales cualidades del gaucho: su amor a la libertad, su orgullo, valor, destreza>. En la poesía <Al hombre que pasó>, escribe: "Pero hoy el gaucho, vencido // Galopando hacia el olvido, // Se perdió".



La obra está dividida en tres partes. La primera comienza cuando Fabio tiene catorce años y medita sobre su niñez mientras mira al río. La segunda empieza en el capítulo X. Fabio está mirando otra vez a un río, pero ahora han pasado cinco años desde que salió del pueblo para unirse con Don Segundo y los reseros. La tercera empieza en el XVIII. Aquí también mira al agua, esta vez de una laguna, y han pasado tres años desde que se convirtió en estanciero y ahora está a punto de separarse de Don Segundo. El agua es simbólica, prosigue Sara Parkinson, el propio Fabio (es el narrador) dice: <Está visto que en mi vida el agua es como un espejo en que desfilan las imágenes del pasado>. La novela muestra la vida de Fabio en la Pampa junto a Don Segundo. <Se describen varias faenas campestres (la doma, la carneada, el rodeo, etc.) que son todas ellas aspectos de la vida del resero que tiene que aprender Fabio, y que le proporcionan, no solamente lecciones prácticas, sino morales. Cada episodio tiene su razón de ser...Los viajes que realiza Fabio con los gauchos son simbólicos. Se ve expuesto a una serie de situaciones que prueban su valentía y destreza así como su progreso moral desde un chico insolente y medio salvaje a un gaucho en todo el sentido de la palabra... Fabio sale de S. Antonio de Areco de niño y vuelve allí de hombre, para recibir su herencia, y los viajes que ha realizado entre tanto le han llevado a la plena madurez y al conocimiento de sí mismo>. Todo ello nos recuerda a la evolución de Sancho Panza en el Quijote, tal y como lo plantea H. R. Romero Flores en su biografía, y su retrato como filósofo de la sensatez. También la referencia a la importancia del amanecer es una similitud con Don Quijote de Cervantes, así como la inmensa riqueza del vocabulario de la Pampa que exige innumerables notas a pie de página, igual que en El Quijote, las cuales no entorpecen su lectura sino que enriquecen nuestra lengua.


Respecto al estilo literario dice Sara Parkinson: <Don Segundo Sombra, como han señalado varios críticos, tiene calidad poética que salta a la vista tanto por las imágenes como por el ritmo de la prosa... La prosa está llena de poesía(...) El lenguaje gauchesco insisto, tiene una gran riqueza terminológica, lo que hace indispensable las alusiones a la lengua quechua y al español de América. Ernesto Palacios dijo de Güiraldes que: <Fue un poeta que escribió novelas>. ("La poesía cristiana de Ricardo Güiraldes", La Nación, Buenos Aires, 27 de mayo de 1928) y Victoria Ocampo escribió: <Ricardo Güiraldes no era un intelectual, sino un poeta, un poeta en estado salvaje>). Ricardo Güiraldes dedica el libro, primero <A VD., Don Segundo>. (A la memoria de finados, a mis amigos domadores y reseros, a paisanos de mis pagos). <A los que no conozco y están en el alma de este libro>. <Al gaucho que llevo en mí, sacramente, como la custodia lleva la hostia>.


La novela comienza con un soliloquio de Fabio que se mira así mismo: <Pensaba. Pensaba a mis catorce años de chico abandonado, de "guacho", como seguramente diría por ahí>.(Nota a pie de página: "En el manuscrito se agrega: <'Guacho', que procede del quechua "huacho" significa 'huérfano', 'niño o animal' criado lejos de sus padres. Tiene un matiz despectivo. Nótese que Fabio empieza como 'guacho' y acaba como 'gaucho'). Lamenta que a los seis o siete años le separen de su "mama", y le lleven a un pueblo a casa de unas tías (Asunción y Mercedes) con el pretexto de estudiar, junto a ellas vive un hombre de vago recuerdo, pero bondadoso con él. <Durante tres años fui al colegio. No recuerdo qué causa motivó mi libertad>. Sus tías decidieron sacarle del colegio y ponerle a trabajar. <La calle fue mi paraíso, mi casa mi tortura>. En una conversación con un borracho, Juan Sosa, le dice: <Ta que tranca tenés, si ya no sabés quién soy>. Aparece la gran pregunta a la que ya Don Quijote respondió: <Yo sé quién soy, y sé que puedo ser> (I.V).


Su primer encuentro con un caballo fue en un barrizal, oyendo a su jinete que le espetaba: "Vamos pingo". La escena le dejó inmóvil y a la vez una emoción: <algo que me atraía con la fuerza de un remanso, cuya hondura sorbe la corriente del río>. En la pulpería en una conversación con Don Pedro hablan de un encuentro fortuito al anochecer con un hombre alto y fuerte:<Quién sabe si no es Don Segundo Sombra. -Él es -dije, sin saber por qué, sintiendo la misma emoción que al anochecer me había mantenido inmóvil ante la estampa significativa de aquel gaucho, perfilado en negro sobre el horizonte>. El tape Burgos, ante la aparición de Don Segundo Sombra en la puerta: <quedó impávido mirando su copa. Un gesto de disgusto se arrugaba en su frente angosta de la pampa, como si aquella reputación de hombre valiente menoscabar la suya de cuchillero>. (Pampa: indio pampa, habitantes indígenas de la pampa que prácticamente exterminaron los españoles). Tras los insultos de sus tías, intuye que su vida tenía <una escondida esperanza> de que tenía que estar al lado de Don Segundo Sombra. Un día ensilló a su petiso y abrió la puerta de la casa:<Y gané la calle. Experimentaba una satisfacción desconocida, la satisfacción de estar libre... Un gallo cantó. Alboreaba imperceptiblemente... En derredor, los pastizales renacían en silencio, chispeantes de rocío; y me reí de inmenso contento, me reí de libertad, mientras mis ojos se llenaban de cristales como si también ellos se renovaran en el sereno matinal>.


Las aventuras con Don Segundo Sombra pasan entre fogones de estancias y pulperías (como las ventas de la Mancha y Andalucía) en las que aparece la gastronomía de la pampa, el churrasco, el mate, y otras costumbres, como la corridas de sortija, en las que el gaucho a galope debe meter un palito por una sortija colgada de dos postes cruzados a cierta altura. El contacto con los caballos, cimarrones (salvajes) le incendian la pasión por aquella tierra que le hace decir: <Yo era, una vez por todas, un hombre libre que ganaba su puchero, y más bien viviría como puma, alzados en los pajales, que como cuzco de sala entre faldas hediondas a sahumerio eclesiástico y retos de mangonas bigotudas. ¡A otro perro con ese hueso! ¡Buen nacido me había salido en la cruz! (...) <Todo lo aprendido en mi niñez aventurera resultaba un mísero bagaje de experiencia para la existencia que iba a emprender. ¿Pero qué diablos se sacaron del lado de <mama> en el puestito campero, llevándome al colegio a aprender el alfabeto, las cuentas y la historia, que hoy de nada me servía? (...) Después en un corralito encuentra doce caballos y <entre ellos un potrillo petisón de pelo cebruno>. (Otra nota dice que el gaucho distingue unos doscientos pelajes de caballo, y nunca se refiere a mi caballo, sino a su pelaje. El caballo es su compañero, casi su amigo). En esto es igual que Don Quijote. Por último, aunque no hay ninguna Dulcinea, hay algunos amores como el de la chinita (criada) Aurora, a la que le dice, tras abrazarla: <Me querés, prendita... Aurora, enojada, me apartó de un sólo golpe>...


Cada capítulo de la novela nos sorprende con una temática típica, por ejemplo, llama a las espuelas, lloronas de plata, el encuentro con los hombres en la cocina le hace decir: <Todos me parecían más grandes, más robustos, y en sus ojos se adivinaban los caminos del mañana. De peones de estancia habían pasado a ser hombres de la pampa. Tenía alma de reseros, que es tener alma de horizonte>. Yo me imagino a Don Quijote con alma de horizonte en La Mancha. Y a Sancho Panza, sin duda, comiendo un churrasco y mateando.


Hay un capítulo que tiene semejanza con los consejos de Don Quijote a Sancho Panza para gobernar bien la ínsula, y aquí es el joven quien reconoce que su amistad con Don Segundo Sombra fue decisiva, por sus enseñanzas para gobernarse la vida, para convertirse en un auténtico gaucho. <Bendito el momento en que a aquel chico se le ocurrió huir de la torpe casa de sus tías. Pero ¿era mío el mérito? Pensé en Don Segundo Sombra que en su paso por mi pueblo me llevó tras él, como podía haber llevado un abrojo de los cercos prendido en el chiripá. Cinco años habían pasado sin que nos separáramos ni un solo día, durante nuestra penosa vida de reseros.

Cinco años de esos hacen de un chico un gaucho, cuando ha tenido la suerte de vivirlos al lado de un hombre como el que yo llamaba mi padrino. Él fue quien me guió pacientemente hacia todos los conocimientos de hombre de la pampa. Él me enseñó los saberes del resero, las artimañas del domador, el manejo del lazo y las boleadoras (tres bolas de piedra pulida atadas a lonjas de cuero que a su vez están unidas por el otro extremo, era un instrumento de caza y de guerra de los gauchos), la difícil ciencia de formar un buen caballo para el aparte (separar parte del ganado del resto) y las pechadas (empujón del caballo a la res con el pecho), el entablar una tropilla y hacerla parar a mano en el campo, hasta poder agarrar los animales dónde y cómo quisiera. Viéndolo me hice listo para la preparación de las lonjas y tientos con los que luego hacía bozales, riendas, cinchones, encimeras, así como para ingerir lazos y colocar argollas y presillas>.


<También por él supe de la vida, la resistencia y la entereza en la lucha (en nota a pie de página se recalca al papel pedagógico de Don Segundo y sus valores morales, al mismo tiempo que se aminora importancia de la propia experiencia del protagonista), el fatalismo de aceptar sin rezongos lo sucedido, la fuerza moral ante las aventuras sentimentales, la desconfianza para con las mujeres y la bebida, la prudencia entre los forasteros, la fe en los amigos. Pero por sobre todo y contra todo, Don Segundo quería su libertad. Era un espíritu anárquico y solitario, a quien la sociedad continuada de los hombres concluía por infligir un invariable cansancio. Como acción, amaba sobre todo el andar perpetuo; como conversación, el soliloquio>. Fabio, el joven protagonista ve en la literatura una forma de educar a la persona: <Una virtud de mi protector me fue revelada en las tranquilas pláticas de fogón. Don Segundo era un admirable contador de cuentos, y su fama de narrador daba nuevos prestigios a su ya admirada figura. Sus relatos introdujeron un cambio radical en mi vida… Mi fantasía empezó así a trabajar, animada por una fuerza nueva, y mi pensamiento mezcló una alegría a las vastas meditaciones nacidas de la pampa>.

Recordamos algunos lugares recorridos de la provincia: Ranchos, Matanzas, Pergamino, Rojas, Baradero, Lobos, el Azul, Dolores, etcétera. Las estancias de Roca, Anchorena, Paz, Ocampo, y campos como <La Barrancosa> o <El Flamenco>.


Instrumentos típicos argentinos guitarra y bandoneón para acompañar el tango.

En el cp. XI: <Un acordeón y dos guitarristas tocan una polca>, para cantar a las mujeres que les rodean, dice el patrón: <¡A ver muchachos, a bailar y divertirse como Dios manda! Vos Remigio y vos Pancho… síganme y vamos sacando compañeras. En un ambiente de fiesta se oye es copla:


<Sólo una escalerita de amor me falta,

Sólo una escalerita de amor me falta,

Para llegar al cielo, mi vida, de tu garganta>.

<A mi vez fui parte del cuadro con Don Segundo y mi elegida. Era un gato con relación. Cuando quedamos aislados en el silencio, deletreé claramente mis versos:


“Para venir a este baile puso un lucero de guía,

Porque supe que aquí estaba la prenda que yo quería”.

Y dando una vuelta a la derecha y zapateando una mudanza, vino la respuesta:

“De amores me estás hablando, yo de amores nada sé,

Pero sí en amor sos sabio, se me hace que aprenderé”.

<Entre burlas y galanteos siguió el juego de versos>.

Viene como anillo al dedo escuchar el tango de Alfredo Sadi: “Don Quijote de Arrabal”, que empieza así: En un lugar de la Pampa cuyo nombre quiero acordarme nació...

Don Quijote de Arrabal. Alfredo Sadi y sus cuerdas Rioplatenses. Guitarras: Matías Lopez, Felipe Barrozo, Juan Azar y Damián Alakiszian. Teatro El Maipo de Buenos Aires. 11/06/13. Festejo de los 80 años de Horacio Ferrer autor de la letra. (Tangotrazo.com).

A Don Segundo, ensalzado por nuestro joven protagonista como buen narrador de cuentos, le dicen: <Cuéntenos el de la pardita Aniceta que se casó con el Diablo pa verle la cola… Y yo admiraba más que nadie la habilidad de mi padrino que, siempre, antes de empezar un relato, sabía maniobrar de modo que la atención se concentrara en su persona… “Dice el caso que a orillas del Paraná, donde hay remansos que cuevas en una vizcachera (madriguera de vizcachas que son unos roedores rioplatenses), trabajaba un paisanito llamao Dolores.

No era un hombre ni grande ni juerte, pero sí era corajudo… aficionado a las polleras (faldas), al caer la tarde, cuando dejaba el trabajo, solía arrimarse a un lugar del río ande las muchachas venían a bañarse”>.


Bellas historias de caballos se narran con tal realismo que, cuando uno se mete en el relato y abre la ventana de la imaginación, parece que está montado a caballo, tanto a la luz del día como bajo la luz de las estrellas. Hay una metáfora del mar de la pampa, bellamente expresada con estas palabras: <Llegaba tan alto aquella pampa azul y lisa que no podía convencerme de que fuera agua>. En nota a pie de página se observa que Güiraldes compara el mar con la pampa mientras que los primeros visitantes extranjeros comparaban la pampa con el mar.

Otra gran aventura la vive con su caballo "Moro" que, al cruzarse una vaca yaguanesa: <¡Gran puta! -dije yo, y la palabra me sonó bien, aunque yo no fuese mal hablado>.


Pasaje que recuerda al del Caballero del Bosque en su diálogo con Sancho Panza:

<¡Oh hideputa, puta, y qué rejo debe de tener la bellaca! A lo que respondió Sancho, algo mohíno: Ni ella es puta, ni lo fue su madre, ni lo será ninguna de las dos, Dios quiriendo, mientras yo viviere>. (II,13).


No falta, como en Don Quijote, una aventura para medir las fuerzas de su Moro con un toro “barroso” (de pelaje oscuro como el barro) que le atropelló entre juncales. La aventuras llegan a un punto que, en la estancia de Galván, el patrón le dice: <Ya has corrido mundo y te has hecho hombre, mejor que hombre, gaucho. El que sabe de los males de esta tierra por haberles vivido, se ha templao para domarlos. Anda no más. Allí te espera tu estancia y, cuando me necesites, estaré cerca de ti. Acordate…>.


Pero el hombre no solo pelea contra la naturaleza o con los animales por ánimo de supervivencia, también hay muchas historias de peleas entre hombres. En uno de los relatos, conversa con Don Candelario, que le dice: <Cada hombre -dijo- sigue su destino. Si ha de ser el suyo dirse, Dios lo habrá dispuesto. Lo que es por mí, puede quedarse si gusta, que nadie dirá que en mi rancho no sé ofrecer lo que pueda al que anda de mala suerte. Soy mayor que usté mocito y, eso sí, puedo darle el consejo de que se cuide de andar peliando por hembras>. Sin duda, alguna en este ámbito de la mujer difiere la actitud tradicional del gaucho respecto a la de Cervantes más prolijo en su defensa.


En su despedida de Don Candelario dice: <Miseria es eso de andar con el corazón zozobreando en el pecho y la memoria extraviada en un pozo de tristeza, pensando en la injusticia del destino, como si éste debiera ocuparse de los caprichos de cada uno. El buen paisano olvida flojeras, hincha el lomo a los sinsabores y endereza la suerte que la aguarda, con toda la confianza puesta en su coraje. “Hacete duro muchacho”, me había dicho una noche Don Segundo, asentándome un rebencazo por las paletas. A su vez, la vida me rebenqueaba con el mismo consejo>. Las adversidades fortalecen diría Cervantes.


Entre aventuras pamperas, como las carreras de caballos o peleas de gallos con apuestas, va madurando la vida: <Creo que la afición de mi padrino a la soledad debía influir en mí, la cosas es que, rememorando episodios de mi andar, esas perdidas libertades en la pampa me parecían lo mejor. No importaba que el pensamiento lo tuviera medio dolorido, empapado de pesimismo, como queda empapada de sangre la matra que chupado el dolor de una matadura (herida del caballo por el roce de la silla o por un accidente)>.


Don Segundo le cuenta una bella historia de ficción sobre una mula en la que iba Nuestro Señor Jesucristo que perdió una herradura, cuando de recorría los pueblos anunciando el Evangelio. <Y así se jueron los años. Y resultó que ya en el pueblo no hubo peleas, ni pleitos, ni alegaciones. Los maridos no las castigaban a las mujeres, ni las madres a los chicos. Tíos, primos y entenaos se entendían como Dios manda; no salía la viuda, ni el chancho; no se veían luces malas y los enfermos sanaron todos; los viejos no acababan de morirse y hasta los perros jueron virtuosos. Los vecinos se entendían bien, los baguales (caballos pocos domados, los indios pampas no tenían voz para “caballo” porque no lo habían visto nunca hasta la llegada de los españoles y usaron “cahual”, y los gauchos “baugal”) no corcoviaban más que de alegría y todo andaba como reló de rico. Qué, si ni había que baldiar los pozos porque toda agua era güena>.


Varias historias se entreveran a un interesantísimo final, acabo con estas palabras de Don Segundo: <Mira -dijo mi padrino, apoyando sonriente su mano en mi hombre-. Si sos gaucho en de veras, no has de mudar, porque andequiera que vayas, irás con tu alma por delante como madrina’e tropilla>. (Nota a pie de página: el gaucho admite una ley individual, especie de destino que lleva a cada hombre por su camino especial). Por todas estas buenas razones les invito a que lean esta joya literaria no sólo como retrato del alma del gaucho de la Pampa, sino de la humanidad.


En mi estancia en Argentina en 1998 (estaba como uno de los representantes de España en la II Reunión Subregional de la Enseñanza de la Filosofía en el Nivel Medio en Iberoamérica), que se celebró en Mar del Plata del 12 al 14 de mayo, en el viaje de ida en el tren se sentó a mi lado por azar, Don Antonio Votano, con el que, en animada charla, conversé acerca de la situación política, social y cultural de la Argentina, al decirle yo que era profesor de filosofía de instituto que iba a un intercambio de planes de estudios sobre Ética -filosofía práctica- y Derechos Humanos con los países del Cono Sur. A la vuelta de Mar del Plata me encontré con una grata sorpresa, en la recepción del hotel, alguien me había dejado una guía de Buenos Aires con una cariñosa dedicatoria en la que, entre otras cosas, él mismo, Don Antonio Votano, se denominaba "filósofo de rancho según don Miguel de Cervantes". Nunca más supe de él, aunque su afecto permanece en mi persona, pues fue el primero que me nombró a Miguel de Cervantes en Argentina, y yo también me considero un filósofo de rancho.


Por último, de mi estancia en Buenos Aires (de la que haré otra entrada del blog), tendría que agradecer su amabilidad a Alicia Tallone, coordinadora de programas de la OEI, que nos enseñó la maravillosa ciudad. Y no podía faltar una visita a la casa en la que vivió mi estimado filósofo madrileño José Ortega y Gasset, cuya Fundación actual en Madrid se encuentra en mi querido barrio de Chamberí donde nací; Fundador de la Escuela de Madrid, junto a Julián Marías y María Zambrano entre otros, que me acercó con sus "Meditaciones del Quijote" a comprender no sólo la obra universal de Don Miguel de Cervantes, sino uno de los principios de la filosofía de nuestro tiempo: <Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo>. La lectura de Don Segundo Sombra les dará más luz para comprender tan sabia sentencia, pues para la Argentina su circunstancia sería también la Pampa como algo esencial de su idiosincrasia. Chao.

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