Los trabajos de Persiles y Sigismunda. Miguel de Cervantes. Segundo comentario: Libros I y II. (IV c
En el segundo comentario, tras haber hecho en el primero una síntesis de la introducción de Juan B. Avalle-Arce, de la edición de Castalia (Madrid, 2001), y dos perlas cervantinas, la dedicatoria al conde de Lemos, y la despedida final de Miguel de Cervantes en el prólogo del Persiles, esbozamos los Libros I y II de la novela póstuma.
El primer capítulo del Libro I, De la historia de los trabajos de Persiles y Sigismunda, comienza con los voces de un bárbaro que, a la boca de una profunda mazmorra, da a Cloelia, joven recluida en ella, para que le ayude a rescatar a un joven mancebo apresado. Sobre ello, Avalle-Arce hace referencia a la Poética de Aristóteles, (XVII, 5-6), al ejemplificar el caso de Ifigenia que recoge Alonso López Pinciano en su Philosophía antigua poética (1596), que seguramente conoció y meditó Cervantes. Los consejos de la Poética de Aristóteles sobre la acción y los personajes, aparecen en el Persiles. Sin embargo, nuestro enfoque vislumbra también aquí una metáfora implícita del mito de la caverna de Platón.
La liberación del joven preso por unos bárbaros que le llevan en unos maderos a otra isla, abriéndose a mar abierto, hacen brotar el sentimiento de gozo y agradecimiento del joven cristiano. Pasamos de la caverna a la luz del día en la travesía de la novela. La biografía de Cervantes aflora, de nuevo, con la metáfora de la cárcel, y un capitán de navío (como en Lepanto) viene en ayuda del joven. Los tripulantes del navío le preguntan si es él, el mancebo liberado, y responde: "El mismo soy. Pues, ¿quién eres?", le preguntan. Esta es la pauta de los primeros capítulos: ¿quiénes son cada uno de los personajes? Uno de ellos, Arnaldo, el capitán de navío, hijo heredero del rey de Dinamarca, busca a Auristela, vendida a los bárbaros, y la doncella de Auristela, Taurisa, le ayuda a encontrarla. Periandro, hermano de Auristela, retrata sus anhelos y asume la empresa de rescatar a Auristela. Bellos pasajes poéticos jalonan el encuentro de ambos con un aluvión de sentimientos sobre la vida, la libertad, el sufrimiento, la compasión y el amor que, pronto, interpelan al lector que puede mirarse en el espejo de las vidas de los personajes.
El capítulo quinto, un bárbaro español, Antonio, se retrata a sí mismo y habla de la España de Carlos V y de Flandes. Sueña con la esperanza de libertad y sufre en el teatro de su conciencia la tragedia de sus desgracias. En el navío de Arnaldo empiezan a embarcarse más personas y surgen dificultades en la navegación con el viento y el frío de las montañas nevadas. Otro de los personajes, Rutilio, cuenta su vida. Y dice una frase para meditar: "La necesidad, según se dice, es maestra de sutilizar el ingenio". Un poema del mar habla del amor y la esperanza como motores para llevar a buen puerto la vida. Aparece un músico hablando en medio portugués, en medio castellano, lamentándose de las penas de su alma que le hacen temer por su vida. Y responde Periandro: Mejor lo hará el cielo, que, yo soy vivo, no habrá trabajos que puedan matar a alguno. Y entra en el diálogo Auristela: No sería esperanza aquella a que pudiesen contrastar y derribar infortunios, pues así como la luz resplandece más en las tinieblas, así la esperanza ha de estar más firme en los trabajos. Que el desesperarse en ellos es acción de pechos cobardes, y no hay mayor pusilanimidad ni bajeza que entregarse el trabajador -por más que lo sea- a la desesperación".
En el capítulo diez, cuenta su vida el portugués Manuel de Sosa Coitiño, natural de Lisboa. Siguen los siguientes desvelando las venturas y desventuras de sus vidas como un anciano varón y su hija Transila. Es interesante como los personajes hablan en diferentes lenguas, en el navío se habla inglés, parece como si en la imaginación de Cervantes fuera el Arca de Noe, como metáfora de la vida, en la travesía marítima de los mares del Norte hacia el Sur.
La ciencia de la astrología, auxiliar de la navegación, la representa el anciano padre de Transila y sabio de la astrología judiciaria: Como aquellos que, cuando aciertan, cumplen el natural deseo que todos los hombres tienen no sólo de saber (palabras con las que empieza la Metafísica de Aristóteles) todo lo pasado y lo presente, sino lo por venir(...) ninguna ciencia, en cuanto a ciencia, engaña, el engaño está en quien no la sabe, principalmente la de la astrología... y así el astrólogo judiciario, si acierta alguna vez en sus juicios, es por arrimarse a lo más probable y a lo más experimentado, y el mejor astrólogo del mundo, puesto que muchas veces se engaña, es el demonio. No dejan de ser una ironía las palabras de Cervantes. La astrología estaba en crisis por el nacimiento de la astronomía del giro copernicano, pues Copérnico (1473-1543), en su obra De revolutionibus orbium coelestium, (De la revolución de las órbitas celestes), demuestra la teoría heliocéntrica, el sol como centro del universo -apoyado por Kepler-, y supera el geocentrismo aristotélico, la tierra como centro del universo. La época de Cervantes otea el horizonte la Nova ciencia.
En los sucesivos capítulos los diálogos tienen enjundia y actualidad, por ejemplo, en el catorce a la hora de gobernar el barco (metáfora similar en el Libro VI de la República de Platón (487d-489c), dice la mujer prisionera a Transila: Sí que mejor gobernará el timón de una nave el que hubiese sido marinero, que no el que sale de las escuelas de la tierra para ser piloto: la experiencia en todas las cosas es la mejor maestra de las artes, y así, mejor te fuera entrar experimentada en la compañía de tu esposo, que rústica e inculta. Más adelante: Con todo eso -dijo Clodio-, jamás me ha acusado la conciencia de haber dicho alguna mentira. -A tener tú conciencia -dijo Rosamunda- de las verdades que has dicho tenía harto que acusarte, que no todas las verdades han de salir en público, ni a los ojos de todos. -Si -dijo a esta sazón Maurico-, sí, que tiene razón Rosamunda, que las verdades de las culpas cometidas en secreto, nadie ha de ser osado de sacarlas en público, especialmente las de los reyes y príncipes que nos gobiernan... Y hay más: que las honras que se quitan por escrito, como vuelan y pasan de gente en g árbaro Antonio: "Aunque tengo dicho que un buen arrepentimiento es la mejor medicina que tienen las enfermedades del alma". También hoy en día en las redes sociales las honras se quitan por escrito. Vemos un elenco de valores que hacen de la novela un manantial de humanidad.
El capitulo dieciocho hace una espléndida meditación sobre el valor de la poesía en boca de Mauricio: Posible cosa es que un oficial sea poeta, porque la poesía no está en las manos, sino en el entendimiento, y tan capaz es el alma del sastre para ser poeta como la de un maese de campo; porque las almas todas son iguales y de una misma masa en sus principios criadas y formadas por su Hacedor; y, según la caja y temperamento del cuerpo donde las encierra, así parecen ellas más o menos discretas, y atienden y se aficionan a saber las ciencias, artes o habilidades a que las estrellas más las inclinan; pero más principalmente y propia se dice que el poeta nascitur. Así que, no hay qué admirar de que Rutilio sea poeta, aunque haya sido maestro de danzar.
Y en el siguiente en el valor de la esperanza no sólo entre los hombres, sino en Dios. Hay un cita bíblica del Levítico (XIX, 26): En verdad, señora -respondió Mauricio-, que si yo no estuviera enseñado en la verdad católica, y me acordara de lo que dice Dios en el Levítico: «No seáis agoreros, ni deis crédito a los sueños», porque no a todos es dado el entenderlos. En el último capítulo, no se olvida la enfermedad de los celos que tantas desgracias trae en la vida de muchas personas.
En el Libro II, del mismo modo que en el primero, al hilo de los textos, señalamos los valores éticos, este primero con un aire autobiográfico cervantino del capítulo segundo: Yo me acuerdo, señor, haber visto en el mar Mediterráneo, en la ribera de Génova, una galera de España que, por hacer el car con la vela, se volcó, como está agora este bajel, quedando la gavia en la arena y la quilla al cielo; y, antes que la volviesen o enderezasen, habiendo primero oído rumor, como en éste se oye, aserraron el bajel por la quilla, haciendo un buco capaz de ver lo que dentro estaba; y el entrar la luz dentro y el salir por él el capitán de la misma galera y otros cuatro compañeros suyos fue todo uno. Yo vi esto, y está escrito este caso en muchas historias españolas, y aun podría ser viniesen agora las personas que segunda vez nacieron al mundo del vientre desta galera; y si aquí sucediese lo mismo, no se ha de tener a milagro, sino a misterio; que los milagros suceden fuera del orden de la naturaleza, y los misterios son aquellos que parecen milagros y no lo son, sino casos que acontecen raras veces". Y más adelante: Misterio también encierra ver una doncella vagamunda, llena de recato de encubrir su linaje, acompañada de un mozo que, como dice que lo es, podría no ser su hermano, de tierra en tierra, de isla en isla, sujeta a las inclemencias del cielo y a las borrascas de la tierra, que suelen ser peores que las del mar alborotado. De los bienes que reparten los cielos entre los mortales, los que más se han de estimar son los de la honra, a quien se posponen los de la vida; los gustos de los discretos han de medirse con la razón, y no con los mismos gustos". Y después: "Aquí llegaba Clodio, mostrando querer proseguir con un filosófico y grave razonamiento, cuando entró Periandro y le hizo callar con su llegada, a pesar de su deseo de escucharle.
Aquí vemos una concepción antropológica muy cervantina: Una de las definiciones del hombre es decir que es animal risible, porque sólo el hombre se ríe, y no otro ningún animal; y yo digo que también se puede decir que es animal llorable, animal que llora; y, así como por la mucha risa se descubre el poco entendimiento, por el mucho llorar el poco discurso. Por tres cosas es lícito que llore el varón prudente: la una, por haber pecado; la segunda, por alcanzar perdón dél; la tercera, por estar celoso: las demás lágrimas no dicen bien en un rostro grave. Más adelante hay una expresión que recuerda al Quijote: "Babieca: Metafísico estás. Rocinante: es que no como". En el Persiles: Filósofo estás, Clodio -replicó Rutilio-, pero yo no puedo imaginar qué medio podremos tomar para mejorar, como dices, nuestra suerte, si ella comenzó a no ser buena desde nuestro nacimiento. En el capítulo sexto hay un bello canto a la lectura en boca de Auristela: Mi hermano Periandro es agradecido, como principal caballero, y es discreto, como andante peregrino: que el ver mucho y el leer mucho aviva los ingenios de los hombres. Mis trabajos y los de mi hermano nos van leyendo en cuánto debemos estimar el sosiego, y, pues que el que nos ofreces es tal, sin duda imagino que le habremos de admitir; pero hasta ahora no me ha respondido nada Periandro, ni sé de su voluntad cosa que pueda alentar tu esperanza ni desmayarla".
Y unas bellas palabras de Rutilio: Verdaderamente, nosotros estamos faltos de juicio, pues nos queremos persuadir que podemos subir al cielo sin alas, pues las que nos da nuestra pretensión son las de la hormiga. Mira, Clodio, yo soy de parecer que rasguemos estos papeles, pues no nos ha forzado a escribirlos ninguna fuerza amorosa, sino una ociosa y baldía voluntad, porque el amor ni nace ni puede crecer si no es al arrimo de la esperanza, y, faltando ella, falta él de todo punto".
Y, por último, en el diecinueve, se cuenta la historia de Renato para irse a la isla de las Ermitas, y nos recuerda a la historia de Marcela del Quijote que se retira a los montes en soledad, parece como un canto a la libertad de la persona, un alto en el camino:
Hallé esta isla acaso; contentóme el sitio, y con el ayuda de mis criados levanté esta ermita y encerréme en ella. Despedílos; diles orden que cada un año viniesen a verme, para que enterrasen mis huesos. El amor que me tenían, las promesas que les hice y los dones que les di les obligaron a cumplir mis ruegos, que no los quiero llamar mandamientos. Fuéronse, y dejáronme entregado a mi soledad, donde hallé tan buena compañía en estos árboles, en estas yerbas y plantas, en estas claras fuentes, en estos bulliciosos y frescos arroyuelos, que de nuevo me tuve lástima a mí mismo de no haber sido vencido muchos tiempos antes, pues con aquel trabajo hubiera venido antes al descanso de gozallos. ¡Oh soledad alegre, compañía de los tristes! ¡Oh silencio, voz agradable a los oídos, donde llegas, sin que la adulación ni la lisonja te acompañen! ¡Oh qué de cosas dijera, señores, en alabanza de la santa soledad y del sabroso silencio! Pero estórbamelo el deciros primero cómo dentro de un año volvieron mis criados y trajeron consigo a mi adorada Eusebia, que es esta señora ermitaña que veis presente, a quien mis criados dijeron en el término que yo quedaba, y ella, agradecida a mis deseos y condolida de mi infamia, quiso, ya que no en la culpa, serme compañera en la pena, y, embarcándose con ellos, dejó su patria y padres, sus regalos y sus riquezas, y lo más que dejó fue la honra, pues la dejó al vano discurso del vulgo, casi siempre engañado, pues con su huida confirmaba su yerro y el mío.
En conclusión de este segundo comentario de los Libros I y II, vemos que Cervantes llega a su madurez como novelista, dramaturgo y poeta, llevándonos mediante la ficción a la verdad de la realidad, al encuentro con nosotros mismos y con los demás, toda una aventura como la vida misma. Completaremos con un tercer comentario la invitación a la lectura que será la mejor experiencia de encontrar cada cual el sentido de su vida.