Manuel Azaña. <Cervantes y la invención del Quijote>. Biblioteca ELR Ediciones. Edición de David Hernández De la Fuente. Ilustraciones de Iván Solbes. Madrid, 2005.
En la introducción a esta cuidada edición, David Hernández De la Fuente, escribe: "Manuel Azaña, el escritor, el político, devenía por fin personaje de ficción. Entraba en el juego de espejos cervantinos entre lo real y lo imaginario que ya protagonizaran el ingenioso hidalgo, su heterodoxo creador y algún que otro alter ego arábigo. Se ponía así de manifiesto el claro paralelismo entre la triste figura del último presidente de la República española y el autor de Don Quijote de la Mancha, a los que une íntimamente, además de la cuna alcalaína, la literatura y la vida. En una mezcla de invención, realidad y desencanto, Cervantes y Azaña realizaron un itinerario comparable por los libros y por las España que conocieron".
Para Manuel Azaña: "Cervantes conoce su mala suerte y la adopta en su intimidad, le da forma universal: he aquí mi cruz. Al expresarse, expresa a España: resume en sí, ordena y estiliza lo que anda disperso en el ánimo de la gente común. Antes, todo podía ser confuso; en hablando él, nada nos queda por saber. Cervantes alarga hasta lo infinito la distancia entre el deseo y su logro: en esta zona patética, su sensibilidad es como nunca la de su pueblo. ¡Ideales nobles, pensamientos elevados, vida colmada de obras: plausibles cosas, y bellas, como los bienes del mundo, ¡deseables y positivos! Sí, pero soltar el freno al deseo y ordenar la vida a colmarlo es locura que prefiere la buena esperanza a la ruin posesión; sí, pero restringirse a un orden pacato es cordura, penosa renuncia a lo codiciable por falta de confianza en el esfuerzo propio. Así, entre desear y privarse, no hay vivir dichoso, cabal, tranquilo.... Como Cervantes cree en el valor de la vida y lleva en sí desleído el sinsabor de su mengua personal y el de la sociedad que lo envuelve, su contemplación risueña no encubre la melancolía".